Por: Gabriela Arias.
Lo vi en aquella parada, frente a esa universidad que se encuentra en medio de un paraje frío, en donde a veces papa, a veces avena y a veces un raquítico maíz, que como sus sembradores se anecia a la vida.
Eliseo subió al carro, resaltaban en su cara esos jiotes, esas manchas blancas que dan cuenta de una desnutrición prolongada, la expresión visible de la desnutrición.
De Janitzio era él, me contó que un mes antes, en la plaza principal de la isla, bailó la danza de los viejitos y un gringo lo grabó, mientras otro lo entrevistaba –les conté que apenas regresé de la pizca del jitomate en Sinaloa, también de cómo me fui y del trabajo de todo el día, de donde nos dormíamos y cómo nos trataban-, el que grababa comenzó a llorar.
Janitzio es una Isla que domina el lago de Pátzcuaro –tata Lázaro construyó un Morelos grandote, los afortunados viven cerca del embarcadero y venden cosas a los turistas, nosotros no, nosotros sólo somos pescadores.
Le pregunté sobre cómo se enteró de la UIIM, me dijo que un maestro suyo que daba clases en la técnica fue a buscarle a su casa, le insistió tú eres buen estudiante, te conviene ir, vas a ser universitario- me confiesa que el entusiasmo lo embargó, habló con sus padres, hicieron cuentas y sólo pensaron en los años que tendrían que regresar a la pizca.
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