Por: Lucio Tehuitzil Valencia*.
Desde hace más de 26 años me he dedicado a hacer trabajo de acompañamiento en proyectos productivos y de desarrollo comunitario con comunidades indígenas N++ntja+y (Popolucas) en el sur del estado de Veracruz. De manera más específica, en la comunidad de San Fernando, en el municipio de Soteapan; aunque también he colaborado con comunidades nahuas del municipio de Pajapan.
En este recorrido profesional, después de hacer varias propuestas de diferentes proyectos tanto productivos como de conservación de los bienes naturales, caí en la cuenta de que muchas de las opciones que para mí eran viables y que, en un principio eran bien recibidas por los grupos de campesinos, simplemente se iban desdibujando.
Es decir, cada vez era menor el número de campesinas que asistían a las reuniones y actividades de trabajo, las actividades que se habían planeado con antelación; y por así decirlo, se habían quedado de tarea, no eran realizadas o eran realizadas a medias.
Tal vez esta misma situación, no es algo que sólo yo haya notado, sino que creo que es una situación que se presenta de manera recurrente entre quienes de alguna manera intervenimos, colaboramos o damos seguimiento a grupos de distinta índole, en cualquier temática y desde diferentes frentes, llámense academia, ong, agencia de desarrollo, fundación o institución gubernamental.
Obviamente esta situación me colocaba en conflicto profesional y personal, pues me hacía sentir que no era un buen profesional, que tal vez mis propuestas no eran valiosas o que había algo en mi personalidad que no encajaba en los grupos.
Durante varias noches estuve reflexionando sobre esta situación y después de darle varias vueltas me hice varias preguntas: ¿Las propuestas técnicas que les presento, realmente corresponden a las necesidades del grupo?, es decir, ¿Desde qué mirada hago esas propuestas, desde la mía o desde la de los grupos?, ¿Alguna vez he abierto el espacio para escuchar las demandas de los grupos, sus necesidades, sus intereses, sus inquietudes e incluso sus problemáticas, no sólo productivas sino del ámbito social y hasta personal?, ¿Cuál ha sido mi actitud al respecto?, ¿Cómo es que me presento ante ellos?, ¿Cómo me miran?
La intervención es un proceso complejo que tiene varias aristas y en donde entran en juego diferentes situaciones que van, desde nuestras actitudes y comportamientos, cuando nos presentamos ante quienes pretendemos acompañar en un proceso, la manera en que miramos a nuestros interlocutores, la idea de necesidad desde nuestro propio mundo de vida (marco teórico referencial) hasta la escucha, el diálogo y la incorporación de los saberes locales.
Este breve ensayo pretende delinear solo algunas de las situaciones que he listado arriba y que puede dar pie a una reflexión profunda que nos permita hacer una mejor intervención u acompañamiento a grupos.
1. ¿Para qué queremos intervenir?
“A diferencia de la solidaridad, que es horizontal y se ejerce de igual a igual, la caridad se ofrece de arriba hacia abajo, humilla a quien la recibe y jamás altera ni un poquito las relaciones de poder”
E. Galeano.
Esta es la primer pregunta que nos debemos hacer: ¿Cuál es el motivo de nuestra intervención? ¿Qué es lo que buscamos con ello? ¿Mejorar las condiciones de vida de quienes queremos intervenir? O ¿Prolongar las condiciones de un sistema preestablecido? En resumen, ¿Buscamos intervenir para coadyuvar a la libertad de los actores locales? O ¿Continuar con el sistema que los oprime?
Si la intención de nuestra intervención es contribuir a la búsqueda de la libertad del otro, entonces, intervenir significa motivar a la reflexión y a la ruptura de horizontes preestablecidos y a lo dado. Es decir, romper certezas y sembrar el desasosiego en el otro, cuestionarse, cuestionarnos y cuestionar lo que les rodea.
Si lo que queremos es continuar con el sistema preestablecido, entonces nuestra intervención se convierte en una simple seria de pasos que parten de un sistema impuesto y construido desde afuera y que de alguna manera “dicta” el qué hacer y el “deber ser” de los actores locales.
2. Sobre actitudes y comportamientos.
Tal vez nuestra primera barrera al diálogo con los grupos que pretendemos “ayudar” se da desde nuestra presentación. Es común que profesionales de distintas áreas se presenten anteponiendo su título o grado académico como: biólogo, maestro, ingeniero, doctor, etc, etc, etc. Esto, más que generar un clima de confianza que abra el diálogo, impone una barrera que hace referencia a una relación de saber/ poder. Es decir, depositamos nuestro valor en nuestro grado académico y hacemos saber a nuestro interlocutor que contamos con un bagaje de conocimientos que solemos considerar superior al suyo. Por lo que, más que diálogo convertimos a nuestro interlocutor en un receptor de nuestras ideas y propuestas.
3. Sobre nuestro marco de referencia.
Nuestro marco de referencia, es decir, la manera en la cual percibimos a nuestros interlocutores también refuerzan esas relaciones de saber/ poder. Por ejemplo, normalmente vemos a quienes acompañamos como “pobres”, “analfabetas”, “incultos”, “incapaces”, y una larga lista de adjetivos que, de alguna manera, nos coloca sobre ellos y determina nuestra forma de actuar, creyendo que, a partir de ese marco de referencia conocemos a fondo sus necesidades y problemáticas.
4. Sobre lo que nos hace actuar.
Un punto importante a considerar en nuestra reflexión es preguntarnos ¿Qué nos hace actuar? Digamos que el caso de instituciones de investigación o de instituciones gubernamentales, es común1 encontrar que lo que nos hace actuar con grupos o comunidades se basa en el cumplimiento de ciertos programas o actividades planificadas para la consecución de tal o cual meta. A esta razón le podríamos llamar una visión “instrumentalizada” de la “ayuda”. Sin embargo, también existe otra razón que implica el “sentipensar”. Es decir, no sólo la visión práctica o instrumental, sino también involucramos el sentir; en donde muchas veces, las comunidades o nuestros interlocutores comparten ciertas historias comunes con quienes intervenimos estableciendo cierto vínculo emocional, que abre la posibilidad de generar una mayor confianza y como corolario un mejor entendimiento mutuo y participación efectiva.
5. La intervención hacia futuros inciertos.
La intervención es mal vista en muchos de los círculos académicos y de la sociedad civil, por relacionarla con un aspecto impositivo. Sin embargo, no olvidemos que todos de alguna u otra manera hemos sido intervenidos, por los medios de comunicación, la escuela, la familia, etc. Y también somos interventores, cuando damos consejos u opinamos sobre ciertos temas y vertimos nuestro punto de vista que motiva la reflexión. Sin embargo, si intervenimos con el objetivo de contribuir a la búsqueda de la libertad, los efectos de dicha intervención pueden ser infinitas. Es decir, no podemos dirigir esa intervención, pues al romper un horizonte predefinido, abrimos la posibilidad de abrir otros horizontes con posibilidades infinitas. Sin embargo, vale la pena intentarlo.
Reflexiones finales.
En estas breves líneas he tratado de mostrar algunos de los puntos que me parecen relevantes a considerar para quienes están en proceso de iniciar la intervención, o para quienes llevamos ya un camino recorrido, pero que necesitamos hacer una pausa y hacer una revisión sobre nuestros procesos.
Este texto toma como punto de partida la visión propia, es decir, desde la visión “externa” de quien interviene, y en una próxima entrega trataré de dar la visión de quienes son intervenidos.
Quedan pendientes aún algunos aspectos no menos relevantes, como los aspectos de la participación, la intersubjetividad, la interculturalidad, el diálogo de saberes y la incorporación del conocimiento local, todo ello en el marco de la intervención en lo social.
Bibliografía recomendada.
Chambers, R., (1994). “The origins and practice of participatory rural Appraisal”. World Development. 22 (7), 953- 961.
Sablich, l., (Ed.) (2009) Una sociología sentipensante para América Latina, Orlando Fals Borda. Bogotá, Colombia. Editorial Clacso.
Diego, R., (2007). “Intervenir o no intervenir en el desarrollo, es o no es la cuestión”. Cuadernos Desarrollo Rural, Bogotá (Colombia) 4(59) 63- 86
Carballeda, A., (2005). La intervención en lo social. Exclusión en integración de los nuevos escenarios sociales. Buenos Aires, Argentina: Paidós.
Mier, R., (s/f) “Seminario interdisciplinario para pensar la intervención. Teorías, métodos y experiencias en el campo de lo social y las humanidades”. P. 20
1Es común la visión la visión instrumentalizada en las agencias de desarrollo, los centros de investigación y las instituciones gubernamentales. Sin embargo, no son actitudes exclusivas, pues muchas ONG´s también tienen esta visión instrumental, sobre todo cuando son financiadas por los gobiernos locales o agencias de desarrollo.
1. Es común la visión instrumentalizada en las agencias de desarrollo, los centros de investigación y las instituciones gubernamentales. Sin embargo, no son actitudes exclusivas, pues muchas ong, también tienen esta visión instrumentalizada, sobre todo cuando son financiadas por los gobiernos locales o agencias de desarrollo.
*Lucio Tehuitzil Valencia es biólogo por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, maestro y doctorante en Desarrollo Rural por la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Académica Xochimilco. Además es secretario técnico del Proyecto Sierra de Santa Martha, A. C y profesor de asignatura en la Universidad Iberoamericana, Puebla. Contacto: ltehuitzil@infinitum.com
コメント