Por: Rosalinda Hidalgo [1].
Es mayo de 2020 en la ciudad de Montreal; comienza el calor después de muchos meses de invierno. Disfruto este sol y cielo azul, mientras voy rumbo a la clínica de despistage du covid en Montreal Nord, una zona considerada de altos contagios en la ciudad y en el país.
Montreal ha sido uno de los epicentros del covid en Canadá con casi 50,000 casos y más de 4,000 muertes [2]. Hubo un momento en que tan sólo en la provincia de Quebec la cifra de infectados y muertos era la misma que en todo México. En comparación con la ciudad vecina de Nueva York, los casos son menores y la atención médica, por lo menos para la prueba de detección, ha sido accesible. Sin embargo eso no quita el miedo de que mi salud empeore y la sensación de que no quería morir sin ver a mi hermana y no quería morir en Norteamérica, como muchos mexicanos están muriendo en Nueva York.
Un día después de haber realizado la prueba, nos llamaron para confirmar que teníamos el covid. Inmediatamente avisé a quienes había visto la semana pasada, era una sensación de pena y preocupación. Agradecí ser joven, sana, y no tener enfermedades graves. Pero los síntomas que tenía me hacían ya depender de otros y otras. Inmediatamente pensé en quienes estén enfermos y no reciben ayuda, en todos aquéllos que al igual que yo ignoramos cómo funciona el sistema de salud de este país y desconocemos la lengua. Pensé en quienes tienen que parar de inmediato de trabajar y no cuentan con nada para enfrentar la enfermedad, pobres, enfermos y solos. O sea “los nadie”, como diría Galeano.
A estas alturas el apreciable lector se preguntará cómo me contagié... en casa, en la communate Dandurad, al compartir una cena con mi vecino coloc para evitar ese aislamiento y distanciamiento social que innegablemente sentimos impuesto. Él trabajaba como personal de mantenimiento en un hospital de la ciudad, esa noche me enteré. Él, un hombre sano y fuerte, pero desesperado por la realidad y el encierro, pensaba que el covid sólo era un asunto de viejitos y no le daba a los jóvenes. Aunque reconocía que había muchos muertos y todo el tiempo hablaba de la catástrofe por el covid, él nunca se asumió como un posible transmisor; no supo reconocer los síntomas previos y, por supuesto, en su trabajo ni él ni nadie tenía las garantías de seguridad para hacer frente a la pandemia. En aquel mismo momento yo escribía un artículo sobre las violaciones a los derechos de los trabajadores agrícolas temporales en los campos de Quebec en tiempos de covid.3
La enfermedad
No comencé a sentirme mal sino hasta cinco días después del contagio. Días antes sentí molestia al no tener el gusto por la comida y no poder respirar bien. Lo comenté con mi hermana, mi compañero y una amiga, pero negamos de inmediato la posibilidad de que estuviera contagiada, reduciéndolo a un posible resfriado de mayo.
Para el fin de semana los dolores en los pulmones eran fuertes, las caricias me hacían llorar. Yo pensaba que era tensión, pero no. Conforme pasaban las horas se iban manifestando otros síntomas, dolor fuerte en las articulaciones y mucho cansancio. Para ese momento, ya nada me parecía normal, intuía que estaba enferma y mi compañero ya también se sentía mal. Así que el fin de semana que iba a compartir con mi compañero y que en mi fantasía lo había asociado a noches de alcohol y sexo, en realidad fue de dolor, abstención y cuidado mutuo.
El lunes amanecí con la certeza de que tenía (la enfermedad, el virus, la COVID-19), así que me prepare para dejar mi casa y hacer unas vacaciones largas a la casa de mi compañero en la cooperativa de vivienda Chez Nous, chez vous. Nos estábamos preparando para nuestro confinamiento dentro de la cuarentena. Nos prohibimos los primeros días de sol y calor que anuncian el tan esperado verano.
Al día siguiente fuimos hacernos la prueba, y encontramos el lugar más indicado, ...en el otro extremo de la ciudad. Así fue mi tour por la zona industrial de Montreal Nord, nos perdimos alrededor de 30 minutos, y resta decir que todo el trayecto fue de malestares y tensiones. No encontrábamos la dirección, y entre la parsimonia de mi compañero y mi neurosis, era obvio que estábamos vibrando muy bajo4.
Avisamos a nuestras respectivas familias, amigas y amigos más cercanos para que estuvieran al tanto de nosotros. La madre de mi compañero lloró, y mi hermana también, posiblemente en algún momento paso por sus cabezas nuestro funeral. Pero estoy segura de que para quienes hemos estado enfermos de covid, ese es un escenario posible, las complicaciones y la muerte. Y desafortunadamente es verdad y es ahí donde quiero apuntar en todas esas reflexiones acerca del cuidado que debemos de tener, de la lucha contra el distanciamiento social y los escenarios catastróficos de inmovilización, de militarización, de hambre y de esta desigualdad lacerante que refleja el Covid, tanto en los Nortes como en los Sures.
La solidaridad, base para la cura
Al dar aviso, inmediatamente amigas y amigos tanto de Montreal como de México se movilizó y se conmovió por nosotros al saber que el covid estaba dentro de nuestra comunidad y de gente a quienes tenemos cariño. Estoy segura que por la cabeza alguno paso: “la peste ha llegado a casa”.
A diferencia de la noticias donde se ve como son rechazados y discriminados los enfermos por Covid, los habitantes de Chez nous, Chez vous, actuaron con solidaridad, pero eso no implica que no tuvieran miedo al contagio. Doy gracias especialmente a Noemi y a cada uno de esos vecinos que aunque aún no conozco, ellos ya me conocen y se solidarizan en la vida cotidiana con nosotros. Sin estas acciones de cuidado y solidaridad es imposible curarse del Covid.
Es precisamente de estos hechos que también tenemos que hablar. De la solidaridad que hay aquí en este pedacito de norte que nos ha ayudado a curarnos del covid. Chez nous, Chez vous, es para mi un pueblito dentro del barrio de Villeray en la gran ciudad de Montreal. Por pueblito no lo digo como algo despectivo sino todo lo contrario; con ese valor de ser y formar parte de una comunidad, en otras palabras donde “mi barrio me respalda”. Es una cooperativa de habitación con 40 departamentos o sea alrededor de 20 familias, que a diferencia de otras que hay en la ciudad de Montreal, aquí ellos hacen todo a través del trabajo voluntario; desde la administración hasta la limpieza de los espacios comunes. Conocer esta experiencia me hizo recordar el funcionamiento de la Escola Nacional Florestan Fernandez del MST en Brasil, quienes también cada grupo o turma se encarga del trabajo de mantenimiento.
Las sopas, despensa y por supuesto hasta las chelas que los vecinos nos han traído han ayudado a nuestra recuperación -me siento como una exiliada en Villeray.- Yo, quien antes de esta experiencia veía con escepticismo la solidaridad en estos países. Y es que frente a un colonialismo histórico del norte al sur, muchas veces asociamos a las sociedades del norte a lo frío, distante, e individualista además del racismo y clasicismo que también existen en Canadá. Sin embargo vivir la enfermedad fuera el gueto latino me dio una lección. No se puede homogenizar al norte, si bien hay racismo e individualismo, Chez nous, nos muestra que las formas en que surgen las solidaridades frente a la crisis son muchas, pero todas ellas se basan en lazos y organizaciones sociales solidas, respaldadas por el trabajo comunitario. Orgullosamente estoy en el Sur del (N)norte. Ahora ya se sabe que en este pueblito, esta curándose una mexicana infectada por covid y no creo que haya habido oposición, eso sí las reglas son claras y firmes, no podemos salir ni para asomar las narices.
Las llamadas de amigas y amigos, sus consejos, el monitoreo y los regalos que nos hicieron llegar, nos daban tranquilidad y animo.
La recuperación
Vivir el confinamiento es difícil, pero vivirlo enferma es aun más difícil. Aún y al sabernos apoyados, estábamos obligadas a pasar el umbral de la enfermedad. Eso significó padecer los malestares: la incomodidad de dormir mal, la desorientación, el cansancio profundo, el dolor en el cuerpo (principalmente en las articulaciones), la atención oportuna a las crisis de tos con sangre, etc. Nos dio miedo que el covid escalara. Esta enfermedad no es como una gripe normal, se vive como una montaña rusa, hay momentos en los que te encuentras bien que hasta dan ganas de bailar y en otros crees que hay que ir al hospital inmediatamente. Afortunadamente ninguno de los dos, nos hemos puesto tan mal para recurrir a la hospitalización.
Los primeros días de la enfermedad sentí que una especie de sombra negra recorría todos los órganos de mi cuerpo. A la semana nos dimos cuenta que habíamos perdimos masa muscular y, aunque muchas veces no teníamos hambre, nos obligábamos a comer sano, muchos tés con jengibre y limpieza en casa. Con mucho amor nos hemos ido recuperando poco a poco. Ya casi serán dos semanas que estamos enfermos, y hasta los gatitos se han puesto malitos. Entonces debemos esperar unos días más. Espero que las secuelas del covid sean solo en la memoria y no en algún órgano de nuestros cuerpos.
Al tiempo de mi recuperación he leído una novela larga que me ha trasladado a la ciudad lejana de Kars en Turquia, también he revisado diferentes artículos y manifiestos, uno que me ha inspirado mucho ha sido el de un grupo de anarquistas en Chile5. Por supuesto he revisado la obra clásica del existencialismo, La Peste de Camus, quien invita “a la idea de la solidaridad y la capacidad de resistencia humana frente a la tragedia de vivir”. Escribir esta crónica ha sido también parte de mi terapia para la recuperación y memoria en este lugar, en esta etapa de mi vida y para compartirla con quienes se han solidarizado con nosotras.
El miedo al salir al mundo y las posibilidades de la nueva normalidad
El sol, el calor y los cielos azules los puedo ver desde este balcón en Villeray. Veo como los vecinos toman su cena y como entre balcones conviven entre ellos. Ví como el manzano de un día a otro comenzó a florecer; he aprendido a reconocer como las ardillas se llaman para aparearse, he disfrutado los tonos de los atardeceres y en general, cómo se manifiesta la vida después de un largo invierno, todo desde un (pequeño) balcón.
Me he atemorizado en pensar cómo es que será la salida del confinamiento cuando aun hay contagios masivos, cuando la gente sigue muriendo sola y sin atención. Me preocupa pensar el regresar a mi país y no reconocerlo. Cómo ha cambiado tanto el mundo en un año!. Y sin embargo la vida se manifiesta.
La enfermedad, muerte, la crisis, el aislamiento y la soledad nos llevan a reflexionar sobre el sentido de la vida, y sobre las apuestas a “las nuevas normalidades que queremos”, las solidaridades que tenemos que resaltar para la base nuestra supervivencia. La solidaridad y el trabajo mutuo, serán cada vez mas una practica desde la vida cotidiana para quienes no tenemos nada, un principio fundamental para vivir.
Dar cuenta de que el temor, el egoísmo y el acuartelamiento individualista de muchas familias, así como el aislamiento hasta de nosotras mismas, terminará matándonos y/o volviéndonos más locos, enfermando más nuestras sociedades. El recrudecimiento de la violencia de género sigue costando vidas en México, tan solo en la cuarentena han habido más de 300 muertes de mujeres, niñas y niños a causa de violencia doméstica. En Montreal y en Canadá también la violencia y la enfermedad mental se ha disparado. Tan solo unos ejemplos: En otra cooperativa en Villeray, hubo un asesinato de una niña dentro de su propia casa a cargo de su madre. En otra calle cercana un chico de 18 años se disparó. Y un vecino desesperado de sí mismo infringió la ley para ser detenido por la policía y ser atendido en el hospital. En abril no se puede olvidar la terrible matanza en un pueblo de Nueva Escocia a cargo de un dentista adinerado, que al ser dejado por su esposa asesinó a más de 18 personas, esta ha sido considerada la segunda peor matanza en Canadá en los últimos 30 años.
La locura, la desesperación, el absurdo también vienen con la crisis: la falta de papel de baño era real, así como la inexistencia de harina, mantequilla y carne en los supermercados, todo era parte de ese escenario indignante que no lográbamos comprender a principios del confinamiento. De la misma manera, el racismo institucional se legitimaba y aprovechaba a colocar a “cada uno en su lugar” las mujeres afrodescendientes o látinas, a la labor del cuidado de personas enfermas, mientras que a las trabajadores agrícolas extranjeras se les habría la puerta para que continuaran realizando la labor que desde hace mas de cuatro décadas vienen realizando sin siquiera garantizar sus derechos.Todas esas cosas también debemos de combatir. Al tiempo de intentar sobrevivir a una crisis económica que cada vez exacerba más las desigualdades, tanto en el Norte como en Sur.
No puedo dejar de sentir la preocupación por los distintos escenarios por los que está atravesando mi país frente al Covid, por ejemplo: la incredulidad y valemadrismo que persiste aún en las personas acerca del covid, el comercio ambulante prohibido mientras que los Wall Marts están llenos, la crisis económica y las formas en cómo se vive, así como la oportunidad del crimen organizado para aprovecharse de esto al momento de repartir de manera cínica despensas a las familias a quienes les han arrebatado a sus familiares, etc. Saber que los picos del contagio están cada vez mas presentes en poblaciones indígenas significan muerte por desigualdad a poblaciones que ya estaban excluidas, etc, Pensar en cientos de albergues cerrados para la población migrante, en lo catastrófico que esto significa para muchas personas. Los limbos sociales también están cerrados, sin tener posibilidad de reapertura. De manera más trivial me es inimaginable pensar que este viernes por la tarde las cantinas en la Ciudad de México estarán cerradas, pero más me duele saber que mi tío que esta enfermo de cáncer pulmonar la pasa mal y no poderlo ayudar en este momento.
Eso y mas, hace atrincherarme en esta casa, en el balcón de mil colores, en los brazos del amante que cariñosamente me detiene en este mundo y sin embargo, esto no puede seguir siendo posible. Pero mientras tanto abrazo cariñosamente a los gatos, preparo la comida con amor, y trato de hacer reordenamiento de este espacio para disfrutar el verano y la vida en común.
El fin de cuarentena en Villeray...mi realidad
El gobierno de Quebec, al saber que hay un caso positivo, da 15 días de encierro obligado, de ser violado este encierro puedes ser sancionado con1500 dólares de multa. A principios de la próxima semana cumpliremos ese plazo y espero que ya estemos sanos y libres de Covid. No estoy segura si seremos parte de los casos de inmunización a la enfermedad, pero sí doy por hecho que tendremos anticuerpos frente a posibles exposiciones a futuros contagios de COVID. Todo lo anterior me hará de nueva cuenta una sobreviviente, en otras palabras pondré otra raya al tigre.
¿Qué me deja esta experiencia? En principio los aprendizajes de solidaridad que debemos de reconocer en nuestros contextos inmediatos. La narrativa hegemónica frente al Covid, nos quiere ver atemorizados, fragmentados, tratando de encontrar soluciones individuales a un problema social como algo individual. Los sobrevivientes sabemos que eso es imposible, porque la base de nuestra supervivencia depende de los otros y del cuidado que estamos dispuestas y dispuestos a hacer para quienes nos necesitan. Así que quienes tienen el temor de vivir solos esta enfermedad, les digo que primeramente debemos de romper la estructura del individualismo, porque en estas circunstancias la idea de la meritocracia no sirve, ya que ante la enfermedad y el encierro todos dependemos de los otros. Y recordar que siempre hay alguien dispuesto a ayudarnos, basta con tener la humildad para solicitarlo.
El Covid es esta gran sombra negra que al igual que pasa por todos nuestros órganos, también pasa por todos los tejidos sociales. ¿De qué manera queremos sobrevivir o morir, cómo y con quiénes? La realidad mundial se ha transformado radicalmente para todos. A los pobres los ha golpeado al punto de la muerte. Cuidarnos entre los Nadies es lo que tenemos. Mucha gente ha muerto sola y aislada, sin tener siquiera un modesto funeral, estoy segura que a nadie nos gustaría morir así, porque es importante apostarle a la certeza de vivir y morir acompañados como un ejemplo de compasión y de saber que pese a cualquier circunstancia no nos quedaremos como un cuerpo abandonado y pestilente, en una fosa común o estacionado en alguna morgue ambulante, porque los muertos son tantos que no hay ni siquiera espacio para ellos. Saber que tenemos derecho a la tristeza y a llorar a nuestros muertos.
Las experiencias de solidaridad que ahora se manifiestan son producto de acciones previas: los bancos de alimentos que hay en el norte, las ollas comunes que se están dando el sur, los resguardos comunitarios por la defensa de los territorios, los cuestionamientos al patriarcado, la economía emergente de trueque, y hasta los llamados de los vecinos para saber si estemos bien, son y serán las practicas de las nuevas normalidades, donde la defensa de la vida se ponga ante todo como el centro de nuestra inspiración del agradecimiento diario a la vida misma.
Pronto sera mi cumpleaños, posiblemente lo celebraremos en el balcón, bajo los colores del sunset. Beberemos un vino y haremos una celebración sencilla con un gâteau aux carottes que tanto me gusta. Posiblemente tenga un fin de semana romantico y mi fantasía de noche viernes de alcohol y sexo se hará realidad, aunque no tengo tantas expectativas. Después de esto regresaré para casa para hacer una pequeña mudanza. Mi nueva normalidad sera como la de muchos otros, de supervivencia en el cotidiano, en un escenario y con una temperatura distinta a como cuando deje casa, el largo invierno es ya una metáfora del pasado inmediato. Estoy fuerte y acompañada para recibir las olas de realidades que al igual que las sombras del Covid me tocaran, y sin embargo no me espantarán, porque estoy preparada para la supervivencia aquí y allá.
Bienvenido sea el verano y todas las flores que nos recuerdan la belleza de vivir6.
Villeray, Montreal. a 22 de mayo de 2020.
[1] Rosalinda Hidalgo es antropóloga, activista y bailarina mexicana exiliada por decisión personal en Rosemont, Montreal, Canadá. Desde hace un año habita en Montreal como parte de una colaboración con la organización de derechos humanos Comité pour les Droits Humains en Amérique Latine, con quienes participa en un proyecto sobre las causas estructurales de la migración con población centroamericana y de México.
[2] Para el 24 de mayo la cifra oficial para la provincia de Quebec , era de 48mil casos confirmados y casi 4000 muertes.
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