Por: Yeimi Esperanza López López*.
Kuun savi, cae la lluvia y entonces comenzaban a hablarnos de lo que se decía en el territorio Ñuu savi cuando llovía, Ka´an savi, habla la lluvia y describían los parajes del pueblo, de los pueblos vecinos, los días de plaza y el camino recorrido a pie hacia Tlaxiaco para vender sus productos y así poder comprar otros.
Así, a través de la palabra, de la oralidad característica de los pueblos originarios, mi madre y mi padre me enseñaron lo primero que supe sobre la historia Ñuu savi, comencé a recorrer desde un imaginario que me iba construyendo un territorio que me es propio y ajeno al mismo tiempo.

¿Qué nos conecta con el territorio, con la lengua de nuestras madres o de nuestros padres? ¿qué nos liga a la historia de los pueblos originarios, a las palabras de nuestras abuelos y abuelos?
Las respuestas son muchas, las experiencias vividas pueden ser infinitas, una fotografía, un relato, visitar el pueblo, oír una conferencia, escuchar o compartir experiencias similares, el sabor de la comida, bastaría con hurgar en los lugares de la memoria propia, de la familia o del grupo de migrantes.
Sin embargo, identificarse, sentir la pertenencia a un pueblo originario es más que tener un lazo con el lugar de origen, es un proceso que no se encuentra exento de crisis, no deja de ser un proceso doloroso.
Así mismo, nos lleva a cuestionarnos el por qué no hemos sentido esa identificación o sentido de pertenencia desde siempre, la respuesta quizás se encuentre en la forma en que nos educan en casa, lo cual no se encuentra exento de contradicciones.
Suena la palabra de la lluvia en el Valle de México, aquí también se habla tu´un savi, también se come como en el pueblo, se nos educa el paladar cuando cocinan como en el pueblo, cuando llega el día especial en que se cuece la chilacayota o la calabaza, cuando mamá va al mercado o al tianguis y trae quelite para comer, la tarde en que se comen tortillas hechas a mano y se muele la salsa en el molcajete.
Los días previos al Día de muertos, la casa se llena de olores y más tarde de sabores, atole, tamales, moles, frutas características del territorio Ñuu savi, el altar se prepara como en el pueblo, se busca en los tianguis a las mujeres que traen pan de muerto de Oaxaca para honrar a nuestras y nuestros antepasados.

En ocasiones se nos permite participar de los preparativos para las reuniones de radicados, pero no se nos permite como hijas e hijos de radicados participar del grupo, hay una frontera imaginaria entre estos dos mundos, que se hace material, que se hace cultural, que se vuelve lingüística.
Y es que sucede que dentro del imaginario de nuestras madres y de nuestros padres surge la idea de que nosotras y nosotros, quienes crecimos en la urbe ya no somos como ellas y ellos, es decir, se cree que podemos aspirar a “ser alguien”, “a ser mejores” a no ser llamados indios o indígenas.
Claro que también se encuentran quienes fueron educadas y educados totalmente ajenos a todo aquello que fuera el pueblo de origen de sus madres y padres, a quienes no se les permitió convivir con sus pares como hijas e hijos de radicados.
En todo caso, nuestras madres y nuestros padres, de alguna manera sentían que nos brindaban una oportunidad para que no habláramos “mocho” el castellano, para que no tuviéramos un acento que delatara nuestro origen.
Sin embargo, nuestros rasgos, el color de piel, lo que llevamos para comer en la escuela, entre otra cuestiones nos delatan, dejan al descubierto de dónde provenimos.
Entonces el origen trae el estigma, en la escuela compañeras y compañeros, así como docentes esperan que nos comportemos como lo deben hacer “los indios” que no participemos en clase, que no saquemos buenas notas “porque esta gente no puede ser inteligente” o “para qué quieren estudiar si para lo que sirven es para trabajar o para servir”.
Por eso abrazar una identidad que nos liga a un pueblo originario no es fácil, es una identidad minorizada, estigmatizada, estereotipada, después de todo es una identidad racializada, por ello reconocerse como parte de un pueblo originario sea en el lugar de origen o en un contexto migratorio implica rebeldía y resistencia.
Es pues tomar una posición política, y entonces se acepta ser india o indio con orgullo, nos decimos indígenas también y vamos aprendiendo a andar con la cabeza en alto.
Entonces se hace necesario volver a hurgar en los lugares de la memoria y reconocer las luchas de los pueblos originarios, sus resistencias, sus demandas, en fin, su largo camino andado a veces en voz alta y otras veces a manera de susurro.
Y al paso del tiempo cuestionamos la manera en que crecimos, desnaturalizamos el estereotipo de las identidades, deconstruimos la forma en que nos llaman y nos llamamos como se nombran a sí mismos los pueblos originarios, entonces yo no soy india, no soy indígena, yo soy Ñuu savi.
Luchamos entonces por ser visibilizados, por ser escuchados, pienso que somos muchas y muchos compartiendo experiencias similares, no sólo los Ñuu savi, las y los ayuujk, mazahuas, ñañhu, etcétera, reconstruyendo una identidad que nos ha sido negada no por nuestras madres y nuestros padres, sino por el racismo y la discriminación de una sociedad en la cual impera el ideal del nacionalismo, el mestizaje y la castellanización.
Yeimi Esperanza López López, es historiadora y socióloga Ñuu savi, Maestra y Doctorante en Desarrollo Rural por la UAM Xochimilco, líneas de trabajo e investigación: migración, identidad étnica, territorio, derechos de los pueblos indígenas en contextos migratorios.
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