Por: Yeimi Esperanza López López*.
Pertenezco a la generación de Ñuu savi que creció en el Valle de México, muy lejos del territorio que vio nacer y crecer a nuestros padres, lejos del paisaje montañoso propio de la Mixteca alta oaxaqueña y lejos del sistema normativo interno de la comunidad de origen.
Así mismos nuestras madres y padres se llaman radicados, porque cuando decidieron llegar a la Ciudad de México en los años sesenta o setenta pensaron que su paso por la ciudad sería sólo de paso: ir a radicar un tiempo, trabajar por un tiempo y retornar al pueblo.

Fotografía: Yeimi Esperanza López López.
Radicados que viven y trabajan en tierra ajena, hablando una lengua ajena a la propia, aprendiendo a andar en un mundo que es ajeno y a la vez propio porque se han re-territorializado, donde han formado familia y criado a sus hijas e hijos.
Y es precisamente de las hijas e hijos de radicados de quienes quiero hablar en estas líneas, pues no somos pocos, aunque no todos reconozcamos la raíz de donde provenimos.
En mi caso, mi madre y mi padre provienen de un pueblo llamado Santiago Nuyoo, son hablantes de Tu´un savi, lengua de la lluvia o lengua del pueblo de la lluvia, también se le conoce como mixteco.
A mí, al igual que a muchas y muchos nuestros padres no nos enseñaron su lengua, pues les dijeron en la escuela que esa lengua no servía, que para salir adelante y ser alguien en la vida, había que aprender tu´un stila o castellano.
Recuerdo que en casa se oía a veces esa lengua que parecía prohibida para nosotros, mi tía, hermana de mi mamá también la hablaba, pero nunca nos enseñaron.
De cierta manera me familiarice con la idea de que el tu´un savi sólo se hablaba en secreto, en las penumbras de la casa, allá escondidos en un rincón donde nadie más la oyera.
Mientras que el castellano era para los espacios públicos, para hablarse en la calle, en la escuela, se oía en los medios de comunicación, a voz alta y no en forma de susurro como otras lenguas originarias.
Recuerdo también que el tu ún savi se oía en las reuniones de las organizaciones de radicados, en esas donde se platicaba cómo apoyar al pueblo, en sus fiestas, en las cuales se divertían mientras añoraban las fiestas en Santiago Nuyoo.
Entonces era la lengua en que se transmitía la alegría y la diversión, las bromas, así como los recuerdos de las fiestas en el pueblo, la memoria de los espacios de diversión y convivencia con la familia y amistades.
Sin embargo, cuando algo sucedía a algún familiar o se tenía un problema de salud, el tu´un savi se volvía a escuchar despacito, con tonos tristes, entonces era la lengua en que se hablaba con tristeza o preocupación.
Así crecimos escuchando una lengua que al mismo tiempo era ajena y propia, conocíamos algunas palabras, sin embargo, no podíamos entender todo lo que se decía.
En este ejercicio de reflexivilidad, de mirar hacia dentro y al mismo tiempo al entorno en que crecí, recuerdo también que con curiosidad preguntábamos mis hermanos y yo cómo se decían algunas palabras en tu´un savi.
Mi madre nos enseñó algunas palabras, mi padre por su lado, mediante la oralidad nos contaba las historias que el abuelo (su padre) les contaba, el por qué para los Ñuu savi algunos lugares como las cuevas o los ríos eran lugares sagrados o importantes.
¿Cuántas y cuántos más crecieron cómo nosotros?, quién nos toma en cuenta cuando hemos vivido en dos mundos al mismo tiempo y en donde ninguno nos reconoce o nos reclama.
En otras palabras, para nuestros padres y otros radicados, no formamos parte de su comunidad, la de origen o la que han reinventado en la ciudad, nuestros pueblos originarios no nos reclaman.
Y en los contextos migratorios o urbanos en los que crecemos se nos reconoce como hijas e hijos de migrantes, ajenos a la ciudad, se nos dice que somos “indígenas”.

Fotografía: Yeimi Esperanza López López.
Por ello, algunas y algunos, hacemos nuestro el reclamo de la identidad a la cual tenemos derecho, nos auto adscribimos, retomamos elementos culturales y lingüísticos, nos ocupamos en conocer más sobre la historia de nuestros pueblos de origen, sobre los problemas de las comunidades migrantes, las carencias y los problemas sociales por los cuales atraviesan nuestras madres y nuestros padres al haber migrado.
Así, en lugar de hacer un reclamo personal a mi madre y mi padre por no haberme enseñado su lengua, comprendo que a ellos como hablantes de una lengua originaria les dijeron que su lengua no servía, se las prohibieron hablar en la escuela, además, al migrar, en la ciudad se hablaba en castellano y por ello nos educaron en dicha lengua.
Porque el tu´un savi al igual que otras lenguas originarias, es considerada como no legítima para la transmisión de conocimientos, no cuenta con el mismo prestigio que el castellano.
Este proceso de dejar la lengua propia de lado y educar a las y los hijos en castellano no se encuentra exento de violencia, no son decisiones personales como nos lo han querido hacer ver, responsabilizando a las y los hablantes de dejar de hablar la lengua y no transmitirla para conservarla.
Se deja en el olvido que parte del problema ha sido la falta de políticas en torno a las lenguas originarias, la castellanización forzada en donde el proyecto educativo jugó un papel fundamental para hacer llegar la lengua de razón aún a los pueblos originarios más lejanos.
Se erradica de la memora también el proyecto de los gobiernos posrevolucionarios, en donde el nacionalismo y la ideología del mestizaje fueron los ejes para la homogenización de la población del país y al mismo tiempo sirvieron para mantener la desigualdad económica, política y social.
Ha sido todo un sistema en contra de las lenguas originarias y sus hablantes, ante lo cual ha habido diversas estrategias para que la lengua de las abuelas y los abuelos no se pierda.
Por eso algunas veces las lenguas originarias se hablaban en susurro, en casa, a escondidas para que las y los descendientes pudiéramos escucharla, identificándonos con ellas, queriendo saber lo que se puede nombrar en esas lenguas.
Nos apropiamos de ellas de diversas maneras, reclamando así el derecho lingüístico que se les ha negado a nuestras madres y a nuestros padres, a nosotros mismos de hablar nuestra lengua.
Reconstituimos y reinventamos nuestra identidad en la urbe y me pongo a pensar cómo serán las experiencias de quienes crecieron en Guadalajara, en Monterrey o Tijuana, cómo viven su identidad, cómo se la apropian.
*Yeimi Esperanza López López, es historiadora y socióloga Ñuu savi, Maestra y Doctorante en Desarrollo Rural por la UAM Xochimilco, líneas de trabajo e investigación: migración, identidad étnica, territorio, derechos de los pueblos indígenas en contextos migratorios.
Correo electrónico: yeimisavi@gmail.com
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